sábado, diciembre 23, 2017

55 razones personales (más) para vivir

Hace cosa de un par de años escribí esta entrada enumerando 55 razones por las que vivir. En la lista había de todo.

Pero como la vida de un hombre no puede resumirse en 55 motivos, hoy me he decidido a apuntar 55 razones más en esa lista infinita y personal. Recuerden que el orden no tiene ninguna importancia y que esta es una lista que excluye mucho más de lo que contiene. Así que allá vamos de nuevo. Espero que la disfruten, por lo menos, tanto como yo:

1. La poesía urbana de Karmelo C. Iribarren. Muchos de sus poemas son como un bello vistazo al mejor de los abismos.

2. La sensación de familiaridad, como de lugar conocido, cuando das un paseo por Manhattan.


3. Esta canción de ritmo invernal (de Vetusta Morla).

4. El arte mecánico de Andy Warhol.

5. Trepar al atardecer por el Albaicín hasta el mirador de San Nicolás, en Granada. Y desde allí, fijar la mirada en el Oeste.


6. Los huevos fritos con panceta.

7. Los diálogos de Clint Eastwood en "El sargento de hierro".

8. Navegar bajo la lluvia por el Océano Ártico en busca de un encuentro con ballenas. Y oírlas respirar.

9. La Premier League.

10. Subir las escaleras del Lincoln Memorial, en Washington, y detenerse en el mismo lugar en el que Martin Luther King pronunció su célebre "I have a dream".


11. Cantarte bajo la lluvia.

12. Ese frío sincero que se siente desde mediados de Otoño en los pueblos pequeños de interior.

13. La playa de arena negra de Reynisfjara y sentir el viento en los alucinantes acantilados de Dyrhólaey.


14. Echar la siesta.

15. El cocido que sirven en Malacatín. Capaz de derrotar a cualquiera.

16. Situarse bajo la cúpula del Panteón de Agripa, en Roma. Y quedarse embobado ante la magnitud que te contempla.

17. Las líneas de diálogo de esta escena de "Johnny Guitar". Y la química que desprenden Joan Crawford y Sterling Hayden.

18. Cersei Lannister.


19. Tomarse un pacharán en una terraza de la Plaza del Castillo, en Pamplona.

20. Esos jugadores de fútbol que, aún siendo capaces de ser los mejores, eligen ser los más felices. Como por ejemplo, el irrepetible "Mágico González".

21. La rumba quinqui que da cobijo a grupos como Los Chichos o Los Chunguitos.

22. La brutal majestuosidad de la Piazza del Campo, en Siena.


23. El helado de pistacho.

24. Un recital nocturno de fados en Lisboa. Y que te canten "María la portuguesa".

25. El Mercat Medieval de Vic.

26. La sensación de retorno a la niñez cuando se visita el Museo de Historia Natural de Nueva York. Y el deseo que se siente de querer dedicarse a la paleontología al caminar por las últimas plantas del edificio, entre montones de fósiles de dinosaurios.


27. Reseguir los últimos pasos de Bobby Fischer hasta llegar a su modestísima y semi-oculta tumba en las afueras de Selfoss, en Islandia.

28. La muy desigual, pero genuina, saga de películas de James Bond.

29. Ver un partido de Champions League en el Bernabéu. El escalofrío al sentir el himno de la competición. Y que gane el Madrid, en la prórroga, por supuesto.

30. Los inquietantes relatos de horror cósmico de la literatura lovecraftiana.

31. Ver explotar un géiser en directo.

32. Los reencuentros con viejos amigos. Esa añeja familiaridad.

33. Que te regalen un libro de poesía.

34. La mirada de Lee Van Cleef, especialmente en cualquier spaghetti western.


35. Los paseos invernales bajo un sombrero detectivesco.

36. Contemplar como vibra (literalmente) el estadio en un concierto de Bruce Springsteen.

37. Sentir que formas parte de algún lugar.

38. Sentirse lejos de todo y de (casi) todos. 

39. Visitar las cuevas de Zugarramurdi. E imaginarse a las brujas en pleno aquelarre.


40. Los churros con chocolate.

41. Cuando descubres en ti algunos rasgos de carácter que siempre habías asociado a tu padre o a tu madre.

42. Ganar una partida de Trivial Pursuit. Haciéndose el listillo, por supuesto.

43. Marcar un gol en una pachanga futbolera.

44. Las bandas sonoras de John Williams. Por ejemplo ésta. Y ésta. Y ésta otra.

45. Salir a cantar en un karaoke. Y que hasta te aplaudan.

46. La ilusión infantil que sentía cuando mis padres me llevaban al cine de pequeño. Esa emoción contenida al apagarse las luces.

47. Comer hakarl acompañado de un vasito de Brennívin, en el puerto viejo de Reykjavik.

48. La fuerza de las ideas de la campaña por la que me metí en política.

49. Las líneas de diálogo de "El Padrino", de Coppola. Su espléndida sordidez.


50. La lectura de "El Señor de los Anillos" siendo adolescente, cuándo aún no se había rodado la trilogía de películas de Peter Jackson. Y que, en consecuencia, fuese tu propia imaginación la que dibujase los trazos de la maravillosa historia de Frodo y su peregrinaje al monte del destino.

51. Hacer un regalo inesperado (aún mejor que recibirlo).

52. La luz que desprende la Fontana di Trevi a medianoche. Y acordarse de Anita Ekberg y de Marcello Mastroianni.


53. Mi relato favorito de Edgar Allan Poe.

54. Aprobar un examen con nota (a veces, sin nota también).

55. Por supuesto, los rizos de mi mujer.